La relación más larga y que más satisfacciones me ha dado es la que mantengo con el Pro Evolution Soccer. Son tantos los buenos momentos, las dificultades que he tenido que superar, los momentos de frustración y las explosiones de alegría vividas que podría pasarme una noche entera rememorando cada temporada. Todo lo que sé del fútbol de hoy lo sé por el Pro. De pequeño los álbumes Ediciones Este, el PC Fútbol y la Guía Marca me dieron las bases. La capacidad de análisis, el rigor y el trabajo en el scouting me lo ha dado la Liga Master.
He pasado por muchos equipos y teniendo que lidiar con muchos presidentes. Sporting Garrido, Racing de Santander, Deportivo, Rayo Vallecano, Tenerife, Getafe o Middlesbrough han visto mi filosofía de juego. Un estilo reconocible, una defensa mezcla de juventud y veteranía con gusto por el balón. El centro del campo siempre con un africano, como Makoun en el Getafe, que le diese vigor y músculo, acompañado de unas piernas incansables como las de Park Ji Sung en Santander y la capacidad de pase de un Iniesta desatado en Tenerife. Iba buscando los jugadores uno a uno, localizando jóvenes talentos que fuesen tan veloces como atletas de pista. Un trabajo meticuloso que me podía llevar horas hasta dar con el jugador que estaba buscando, sin sentir urgencia por que el balón comenzase a rodar de nuevo. Mi equipo del Pro es el resumen de mi forma de ver el mundo. Una apuesta por el futuro, por la proyección sin perder de vista los jugadores con los que empezó a fraguarse el proyecto. Valeny e Ivanov han seguido en mi equipo muchas temporadas para hacer el llamado trabajo de vestuario.
Todo lo que sé de gestión de empresas y de talento lo sé por las veladas que he pasado dirigiendo mi equipo. He tenido que construir relaciones con mis jugadores, dosificar los minutos, dejar fuera a los mejores en partidos importantes para ser justo con el esfuerzo de los proletarios de mi plantilla. Me he sentido presionado por una directiva que sólo busca resultados sin valorar el mérito y la estética de la propuesta sobre el campo. He escuchado silbido de la afición al perder partidos en casa frente a Valladolid y Almería. Nunca perdí de vista el estilo ni renuncié a él salvo en contadas ocasiones en las que la situación lo requería en los partidos de vuelta de alguna que otra eliminatoria que se asomaban al abismo.
He tenido jugadores que han desarrollado casi toda su carrera bajo mis órdenes. Los hice capitanes y los convertí en las almas máter mi equipo. Símbolos que recordaran el camino recorrido. Siempre llevaré conmigo mi relación con Ezquerro en Getafe. Lo saqué de un Barcelona en el que apenas tenía minutos y lo tuve conmigo seis temporadas en las que vivimos una etapa inolvidable. Pasamos de ser candidatos al descenso a codearnos con los mejores en Europa. La última temporada llegamos a la final de Champions. Ezquerro apenas jugaba partidos intrascendentes. Sus mejores años habían pasado y su velocidad, que ya era poca, sólo le daba para los dos primeros sprints. El pie seguía teniendo clase y, en los pocos minutos que conseguía arañar a lo largo de la temporada, regalando asistencias a sus compañeros.
La confección de los convocados para la final de Champions me generó mucho dolor de cabeza. Quería ser justo con todos los jugadores, responder a la presión del entorno y tener disponibles a los mejores. Sin embargo me la jugué. Ezquerro entró en el grupo de elegidos dejando fuera a un holandés, Dirk Kuyt, mi primer recambio para la delantera cuando me adelantaba frente a equipos grandes. Quedaban apenas siete minutos y ganaba 2-1 al Chelsea. Estaba todo hecho porque los ingleses apenas me generaban peligro por las bandas que era donde llevaban peligro. Así que en un acto de homenaje a mí mismo saqué a Ezquerro. Nada más que me hice con la bola le busqué. Lancé un pase al hueco acariciando el triángulo para dejarle con toda la ventaja y allí se lanzó a la carrera. Mejor dicho, lo que quedaba de él, un Sísifo arrastrando su piedra por San Siro. Apreté el botón de sprintar hasta el fondo pero no llegó, quien sí que me rebaño la pelota fue Belleti quien, con campo abierto, se lanzó hacia mi portería con el viejo Ezquerro detrás persiguiendo un fantasma.
Ocurrió un milagro cuando lo que barrantuba era el desastre. Mi portero salió a lo loco del área y frenó en seco el avance del brasileño. Tarjeta roja y falta al borde del área. Sin cambios, Ezquerro fue el elegido para la portería. Frente a él un seguro en los libres directo como Lampard. Con el pitido, cerré los ojos, apreté el cuadrado para que saltase la barrera y al abrirlos vi que el balón se perdía por la línea de fondo con el portero por el suelo. Otro pitido marcó el final del partido y pude ver a Ezquerro, mi hombre, levantando la Champions y dando la vuelta de honor al campo. Cada vez que recuerdo este momento siento lo mismo que con el gol Koeman en Wembley, el de Iniesta en Sudáfrica y en Standford Bridge o el de Urzáiz en la promoción con el Albacete, momentos en los que no tuve que apretar ningún botón.
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