Llega un momento en que es necesario
que no se note que no sabes qué hacer con tu vida. Intentas disimular, pasas el
día ideando excusas, evitando darte de bruces con tu incompetencia. La única
solución que encuentras es aferrarte a lo poco que sabes hacer y luchas, hasta
el final, para evitar que nada pueda hacerse de otra manera. Temes vivir fuera
de juego y, por eso, rehuyes y criticas el uso de la tecnología, te opones
frontalmente a cualquier atisbo de cambio, sólo quieres que no haya nadie con
el banderín levantado dejándote en evidencia.
Temo, como cualquier futbolista
escaso de talento, la llegada de nuevas incorporaciones a mi plantilla de
trabajo. Gente con ilusiones intactas, con hambre de un futuro del que no
espero nada. Su llegada me obliga a una nueva lucha por la supervivencia, a
tener que volver a hacer renacer unas habilidades y capacidades que tengo muy
desgastadas, a un cuerpo y una mente que no responden con la agilidad y la
ligereza de los veinte años. Me gustaría ser capaz de reconvertirme, pasar a
ocupar otro puesto y seguir sintiéndome valioso. Me gustaría ser como Loren,
no el del Betis, sino aquel delantero que salió de Atocha, inflándose a marcar
goles, rumbo a San Mamés y Burgos para terminar siendo el jefe de la zaga de la
Real Sociedad en su regreso años más tarde.
Son numerosas las situaciones en las
que me siento estúpido. Los dos días que he ido a bailar salsa, mi último
intento de preparar una tortilla de patata y querer cambiar una bombilla
fundida de mi coche son los últimos ejemplos. No soporto sentirme incompetente.
Por eso me niego a aprender cosas nuevas. ¿Cuánto tiempo necesitaría para
dejar de ser un inepto para llegar a ser medianamente bueno? Hay una teoría
atribuida a Malcolm Gladwell que afirma la necesidad de dedicar 10.000
horas para ser un experto en algo, eso, por lo pronto, me supondría dedicarme a
tiempo completo a ello los próximos cinco años. Creo que, bajo esta
perspectiva, prefiero ser como Yaya Touré, seguir comiendo tortilla de
patata en los bares, acodarme en la barra y pagar con IVA en los talleres.
Sin embargo, esta mañana, en el
trabajo, mientras trataba de ocultar mi incompetencia tras la pantalla del
ordenador, he dado con una charla TedX en la que el ponente afirma que
con veinte horas de práctica uno puede desenvolverse en cualquier habilidad.
Para demostrarlo ha sacado un ukelele y ha hecho un repaso por un sinfín de
canciones que pueden tocarse manejando tres acordes. Todo lo que hay que hacer
es perder el miedo y desechar las barreras que impiden avanzar. Me he motivado.
Antes de volver a casa he parado en el centro comercial. He salido de allí con
una sartén antiadherente, una caja de bombillas de repuesto y, antes de
arrancar, he reservado mi plaza para la clase de mañana. No está mal, de vez
en cuando, creerse un poco superhombre, capaz de todo, como Luis Enrique,
aunque cueste reconocerlo.