Unionistas de Salamanca 2 - 2 CD Calahorra
Mi pareja de baile me dice que me falta tacto. No entiende
mi falta de sensibilidad y, mucho menos, mis explicaciones. Es el segundo
viernes que acudo a bailar salsa, estoy intentando cumplir con mis propósitos
de año nuevo, y siento que no es lo mío. Ir a un bar a bailar se me hace raro. Siempre
he pensado que a los bares se va a beber, a estar con los amigos, a hacer intentos
infructuosos por encontrar pareja y a hablar de fútbol. Este cumple con todo
menos con lo último y es lo que me deja más descolocado. He intentado sacar el
tema para que los conceptos me queden más claros o hacerme el gracioso. No he
tenido éxito hasta ahora, pero no desisto.
En esto de la salsa hacemos muchas cosas que me recuerdan al
fútbol. Por ejemplo, para calentar seguimos todos los pasos que nos indican bailarines
que nos enseñan, no bajan un segundo la intensidad, son como el profe Ortega,
para seguir luego haciendo una rueda cubana y que a mí me parece un rondo. Al
terminar, recibimos la charla de los pasos que vamos a aprender esa noche, las
recomendaciones para hacerlo lo mejor posible y, por último, dan alguna charla
individual que intenta cargar de ánimo a los más dubitativos. Justo antes de
empezar, no deja de sorprenderme comprobar cómo las más avezadas sacan de su
bolso unos zapatos especiales sólo para bailar que cumplen la misión de favorecer
el deslizamiento en las vueltas.
En esos instantes me siento de vuelta al vestuario de mi
equipo de fútbol en cadetes. Esperando
en la barra recupero la sensación de atontamiento del olor a réflex, grasa de
caballo y ropa húmeda. No puedo dejar de mirarme los pies. Me veo aquí, con mis
botas de montaña, como me veía entonces con mis botas Marco. Falto
de preparación pero, sobre todo, de talento. Cuando empezamos bailar, en apenas
dos canciones, he pedido más de dos decenas de veces disculpas por cada
pisotón. Le he intentado explicar a mis parejas estas dos noches que las piso por
la falta de sensibilidad que provocaron las botas de fútbol cuando era chaval
pero, por su reacción, creo que no me han creído. Me toman por un recién separado
que busca a alguien con quien consolarme.
Comencé a jugar el fútbol federado bajos dos instrucciones
muy claras: si suspendía se acabó y sólo tenía derecho a un par de botas, si se
me rompían no había más. Por eso, en la economía de subsistencia de mi casa,
primaba la resistencia de un tejido a la estética y la innovación. Así, a la
hora de elegir, sólo se contempló una alternativa. Las botas que me
garantizarían llegar a final de temporada con opciones eran las Marco. Un
número mayor por compensar el crecimiento de nueve meses de competición,
reforzadas con papel de periódico para el primer tercio de la temporada, y un
bote de grasa de caballo. A un defensa se le pide solidez, contundencia y no
rehuir nunca el contacto. Lo mismo que le pedía a mis botas.
De esta forma, por el calzado, imagino la personalidad de
los hombres que me acompañan en esto de bailar. A los que llevan zapatos de
piel los veo como esos mediapuntas finos que calzaban sus Adidas Predator
de piel estriada para conseguir efectos imposibles. A quienes llevan zapatillas
con estampados de colores los veo como extremos habilidosos capaces de quebrar
una cintura en una baldosa con sus Joma Alfonso. Y a los que bailan con
sus zapatillas los veo como los delanteros goleadores con sus Nike Tiempo que no
dejaban escapar una oportunidad para llevarse la gloria. También están los que bailan con sus zapato clásico que me recuerdan a los futbolistas elegantes con sus Copa Mundial. Luego quedamos los
demás. Los defensas que intentamos defendernos con nuestro escaso talento, a
quienes no nos sirven atajos y que sólo sabemos bailar de una forma, a la
defensiva. Encimando, atando en corto, manteniendo la tensión y cambiando el ambiente cuando es necesario.
El próximo viernes vuelvo porque sé que es difícil ser mejor
que los demás y que cualquiera de mis parejas de baile. Tengo los pies en el
suelo y, como buen defensa central, mi experiencia me dice que, antes o después,
la derrota llega. Y, cuando eso pase, alguien tiene que estar preparado para contenerla y cerrar el baile con un lento.
Unionistas de Salamanca: Mario, Piojo, Góngora, Zubiri. Ayoze, Gallego, José Ángel, Javi Navas (Matthieu 81´), Guille Andrés (Óscar González 69´), De la Nava y Albístegui (Álvaro Romero 63´)
Goles: 1-0 Gallego (min 19) 1-1 Chaco (min 22) 2-1 Yassin p.p (min 73) 2-2 José Ramón (min 81)