Arenas de Getxo - Unionistas de Salamanca (suspendido por Estado de Alerta)
Tras tres días de confinamiento, haciendo balance, puedo
decir que mis atracones de estudio en agosto para recuperar lo pendiente, un
par de lesiones de tobillo, la preparación de una oposición a contrarreloj y
mis escarceos con el teletrabjo en los últimos años me han preparado, sin
saberlo, para hacer frente a esta situación de emergencia. La vida a puerta cerrada no me pilla de
improviso como sí lo hizo el disco del mismo nombre de Fito con el que dejaba
de ser Platero y Tú. La verdad es me siento tan bien como Macauly Culkin en Solo en Casa, creo que es mi familia la que más duda de mis habilidades de supervivencia, mientras yo me dedico a divertirme y a vivir sin reglas dentro de mis cuatro paredes.
A lo que iba, que estos entrenamientos específicos de tiempo
atrás me están sirviendo de mucho estos días. Sin saberlo, llegada la hora ves
lo útil que resulta lo que, mientras uno hace el presente más pendiente del
futuro, consideraba inútil. Son como esas preparaciones de pretemporada de Unai Emery en
donde vemos a los futbolistas entrenando en la playa, subiendo un puerto de
montaña en bicicleta, probando un coche de lujo en un circuito… Sin saberlo
todo prepara para el apocalipsis, para estar encerrados en un presente continuo,
he redescubierto mi habilidad de zapador para deslizarme por el pasillo a por otra
tira más de chocolate sin hacer ruido y sin dejar rastro. He recuperado mi
habilidad para las microsiestas en momentos de calma para así poder estar con
todos los sentidos activos ante cualquier señal de alerta.
Lo más duro estos días está siendo cambiar de tema de
conversación. En el patio de luces mis vecinas sólo hablan de resignarse a la
situación, lo mismo en las conversaciones telefónicas con los amigos en las que
, como prisioneros de un campo de concentración, tejemos planes para reunirnos
y poder disfrutar de unas partidas multijugador a la Play. No nos atrevemos a
llevarlos a cabo, primero porque somos unos cobardes y, segundo, los
planificamos para hacerlos de madrugada con lo que imposible, con la tensión
por los suelos después de pasarnos el día del sofá a la cama. Se hace dura esta
situación pero, cuando veo que estoy a punto de desesperar, respiro profundo,
abro el congelador y pienso fríamente.
Me da rabia vivir en una calle sin balcones. Es darme cuenta
de esta precariedad vital lo más duro de vivir en este encierro. Me muero de
envidia cuando veo los vídeos tan ingeniosos de paisanos que muestran, sin que
nadie se lo haya pedido, sus habilidades ocultas a su vecindario. Han
proliferado los músicos y cantantes, he visto gente jugar al tenis entre
balcones, disfrutar de una partida de bingo o hacerse una rutina comunitaria de
ejercicio para fortalecer el core. Yo aquí sin balcón no puedo enseñar
mis virtudes a mi vecindario, no podemos compartir una clase de preparación de
lombarda de la señora Mari, ni una sesión de bailes charros de Evencio o
cualquier otra solución ingeniosa con la que pasar el tiempo. La construcción
de aluvión del franquismo no estaba preparada para estas contingencias.
Lo bueno de este encierro es que puedo concentrarme en desentrañar
el misterio del origen de las pelusas que recorren el pasillo y resolver, de una
vez, el caso de todos los calcetines perdidos. Todo esto, sin miedo a reconocerlo,
lo hago en pijama y sin haberme duchado ni sentir la necesidad de hacerlo. La
verdad es que se escapa el tiempo sin darme cuenta. Se me están pasando volando
estos días sin vivir pendiente del reloj. Aunque no todo es gloria de bon
vivant. Vivir en esta dispersión
temporal me ha mostrado lo mal ciudadano que soy. No he conseguido corregir mi
peor defecto: la impuntualidad. He llegado tarde a las conexiones a reuniones
con mis compañeros de empresa, no he conseguido mandar un solo correo
electrónico a tiempo y, sobre todo, no soy capaz de llegar a la hora acordada
apara aplaudir la labor de los sanitarios. Todos los días he llegado tarde y me
he visto, sólo, asomado a la ventana lanzando fugaces aplausos que no comparto
con nadie. Y es que, pese a mi preparación militar para hacer frente a esta
apocalipsis, debo reconocer que os echo de menos y me muero de ganas de daros, a
cada uno de vosotros, un abrazo, de celebrar el gol de la salvación en Las
Pistas y besarnos hasta que se nos pongan rojitas las orejas.