La vida no volverá hasta que podamos jugar de nuevo a la Bono Loto. Su regreso representará que necesitamos la presencia del azar en nuestro día a día, como los crush en Tinder, y que la vida de verdad está de vuelta. Vivimos, desde hace dos semanas, con el azar sorprendiéndonos a la vuelta de la esquina. Más aun, hay veces que no es siquiera necesario llegar tan lejos, abres la puerta del portal y… ¡Zas!. Ahí que te sorprende la vida haciendo de tu amigo el protagonista de una canción de Aute. ¿No es increíble? Pues créeme si te digo que no soy el único al que le ha pasado. Después de tanto tiempo sin vernos, decidimos celebrarlo a lo grande, sobrepasar el perímetro del kilómetro y llegar hasta la Plaza Mayor para disfrutar de un helado. Sorpresa. Una larga fila de afortunados como nosotros había tenido la misma idea.
Esperando la tarrina de ron con pasas del Novelty caí en la cuenta de
que, probablemente, tantos encuentros no se debieran a la casualidad ni al
maquiavélico funcionamiento de un algoritmo. No. Toda esta gente tenía ganas de
verse y organizaron un encuentro secreto, vestido de casualidad, en un lugar
previamente acordado. Creo que responde a una necesidad natural, poder
disfrutar, aunque sea la distancia convenida y por un tiempo limitado, de las
personas que queremos volver a sentir cerca porque lo queremos, tanto en la vida real que está por recuperar como en esta de la que no hemos aún salido. Dejar de caminar por la calle zigzagueando
como Onésimo, y volver a sentir que la suerte está de nuestro lado. Es
una mierda ir por la calle, encontrarte con alguien y querer ser dos personas a
la vez, la que se quiere quedar y la que quiere salir corriendo, y saber que al
otro le pasa lo mismo, vernos parte de la ecuación de la teoría de juegos en el
dilema del prisionero. Quiero, cuanto antes, renunciar a seguir sintiéndome como
los protagonistas de una película de Ken Loach, abandonar nuestro drama
particular, y vivir, aunque sea un par de horas, nuestra comedia romántica. Hora
y media de disfrute, de sensación de inmunidad, gracias al sutil arte de saber
hacerse el encontradizo.
Pasaremos las próximas semanas viviendo de citas previas y
encuentros planificados. Recuperaremos el uso de las agendas para llevar un
escrupuloso conteo de con quién hemos estado, cuándo y dónde. Y, dentro de unos
años, cuando volvamos la vista atrás y pasemos la vista por este registro
escrito y leamos las citas en la peluquería, las horas de recogida de nuestros
encargos en la librería, las sesiones de entrenamiento con nuestro entrenador, cada
una de las cenas fuera de casa, descubriremos que son la huella de cada una de las
ocasiones en las que flaqueamos. Nuestra agenda será el libro que contará las
veces que vivimos. El recordatorio tan necesario estos días de la gran maravilla
que es que un desconocido te toque. Será el contador que reflejará el número de
horas que deseamos dejar de ser intocables sin esperar a que sea el azar ni una
fórmula matemática quien lo determine. ¿Quedamos?