Este verano se acaba y no ha habido amores de verano, ni ataques en los Alpes, ni tiempo para la ilusión en el enésimo torneo de selecciones, ni la tradicional medalla de la selección masculina y femenina de baloncesto, ni el descubrimiento del atleta que marcará la pauta la próxima década sobre el tartán del estadio olímpico. Por no haber no han existido siquiera presentaciones de futbolistas besando el escudo de su nuevo club y afirmando cumplir el sueño de su vida. Se acaba este verano tan extraño y aún sigo instalado, como un perro ante su plato de comida, en la expectativa entusiasmada de lo que me tiene que deparar.
El verano acaba con discotecas cerradas y sin oportunidades para pedir fuego o un cigarro, excusa perfecta y única, para los galanes a puerta gayola. Está difícil esto de ligar para los no estrategas, amantes del encuentro imprevisto que en verano hacían su agosto y que, a día de hoy, lo tienen prácticamente imposible sin tener una analítica al día. Amores estivales habrá seguido habiendo, porque en esto del amor actual, como en el ciclismo moderno, se premia a los amantes con calculadora y se castiga al ostracismo a quienes recorren la vida sin pinganillo.
Me parecen muy lejanos los tiempos en los que pasaba julio saltando de la piscina de Gatsby a la pista de baile de Camelot prendido al sol de las rubias melenas de estudiantes deseosas de aprender a “españolear”. El mes de agosto, por contra, lo dedicaba a repoblar, durante el fin de semana, los pueblos de la España vaciada y vivir, como el apasionado del lugar, a pecho descubierto cada una de las tradiciones del lugar. Hoy, sin embargo, con esta vida a cara tapada se me hace difícil ocultar mis ojos de desesperación bajo una falsa sonrisa de resignación.
Lo peor de todo esta situación es que ahora, es imposible ligar sin tener que hablar. Han desaparecido los encuentros de bar en que bastaban dos miradas a la hora adecuada de la madrugada para encontrar un aliviadero a los desesperados. Ahora no sólo hay que hablar, sino que, siempre que sea posible, hay que seguir las recomendaciones sanitarias. Y, cueste reconocerlo, esto es una herida de muerte para los dinámicos y románticos como yo. Ya no hay amores de verano como tampoco películas de aventuras en la pequeña pantalla. Condenados a un julio sin Tour de Francia y a padecer como castigo toda la filmografía alemana a la hora de la sobremesa. Veremos, en unos años, las verdaderas secuelas de este castigo impuesto por los programadores de televisión en nuestro estado físico, intelectual y emocional.
Quizá, la desaparición de los amores de verano, sea la última estrategia del club Bilderberg para hacer repuntar la economía y salvar a los bancos. Ya sabemos que los todopoderosos detestan la espontaneidad de los encuentros fugaces y detestan los desengaños de las noches de una noche. Por eso, han tomado los mandos y comenzado a mover los hilos para empujarnos hacia el amor y las relaciones que puedan monetizarse en la contratación de hipotecas, la compra de nuevos vehículos monovolumen y productos para frenar el envejecimiento. Lo conseguirán, estoy seguro, basta con darse cuente de cómo han conseguido silenciar el repunte repunte revolucionario que estaban provocando las letras del Dúo Dinámico en nuestra sociedad.
Ahora que vuelve la grande boucle creo que no todo está perdido y que aún queda tiempo para un verano acelerado, para un amor que te complique la vida.De esos que crees que tienen las horas contadas y que, nada más comenzar, están pensando en el momento de su marcha y, sin embargo, según se acerca el momento de la despedida deseas más y más que se quede,como le pasó a Danny Zuko con Sandy. Lo mejor de los amores de verano, y por lo que no debemos perderlos, es porque son los únicos a los que somos incapaces de mentirles.