El verano se acaba pero no hay normalidad a la que volver. Empieza la pretemporada en plena segunda vuelta de la pandemia. Volvemos a vernos afectados por restricciones que afectan a nuestro potencial para socializar. Resulta cada vez más difícil imaginar las gradas de Unionistas, Guijuelo y Salamanca animadas con la presencia de los aficionados. Ya están todos los equipos en marcha, los grupos definidos y el calendario a punto de concretarse.
La vuelta a los entrenamientos de tu equipos, el sorteo del calendario y el mercado de fichajes afecta a nuestra felicidad. Nos sentimos más animados cada inicio de temporada imaginando las probabilidades de conseguir los resultados deseados. Ver a nuestro equipo peleando por el ascenso, derrotando al rival en el derbi local… siempre y cuando consideremos que la dirección deportiva ha acertado con los fichajes de jugadores y en la elección de los técnicos que han de ganarse el turrón desde el banquillo.
Reconozco que en su momento imaginé que el israelí Ronen Harazi sería nuestro mesías del gol, que Tulipa vendría a regalarnos al Helmántico unas asistencias de gol dignas de pasarela y que con defensas llamados Serodio, al que ningún osado delantero rival atrevería a asumir las consecuencias de regatearle, seríamos un equipo inexpugnable. La verdad es que siempre he sido más feliz imaginando las victorias antes de que se produjeran que el día de autos cuando, raramente, llegaban a producirse.
Soy un amante de los “puede ser”, creo que no hay nada más reconfortante en la vida. Por eso, no hay lunes que no acuda puntual a hacer cola frente a mi administración de lotería, semana que no consulte mi vida laboral ni trimestre que no me haga una nueva analítica. Todo porque quiero comprobar en qué grado mis predicciones se van cumpliendo. Enciendo el telediario y prácticamente puedo decir que sé lo que va contar, no puedo evitar acompañar a cada titular un “¡ves Marta! ya te lo dije”. A lo que ella resignada siempre me contesta que espera tenga la misma intuición para adivinar que el día que acertemos la Bonoloto coincidirá con el que se marchará para no volver a escuchar mi infumable coletilla.
Soy feliz estos días por la vuelta a los entrenamientos de los equipos de la ciudad pero, reconozco que podría serlo más, si las restricciones de esta segunda vuelta de la pandemia se hubiesen limitado a Valladolid. Sé que es difícil reconocerlo pero hay algo de satisfacción en el mal ajeno, por eso, me da rabia que hayan decidido ponernos restricciones a las dos a la vez. Nos quitan esa parte de disfrute de la vida estos políticos que no tienen nunca en cuenta a los ciudadanos. Suerte que siempre nos queda el fútbol para encontrar satisfacción en los males del vecino. Cada día estoy más ávido de las noticias de los rivales de mi equipo que de las del mío. No puedo evitar aprovechar esas oportunidades para dejar un ácido e ingenioso comentario en los diarios digitales a este respecto.
Estamos de pretemporada en septiembre con la misma incertidumbre que los padres ante la apertura de los colegios. Inquietos por lo que pueda pasar pero, a la vez, deseando que el curso comience cuanto antes. Porque, al igual que nos ocurre con nuestros futbolistas y entrenadores, como padres o aficionados tenemos el derecho a soñar el futuro perfecto de los nuestros y el deber de alegrarnos del presente imperfecto de los demás del que la prensa diaria nos da buena cuenta.