Me cuesta hacer frente a las dificultades. Me desespero con facilidad. Soy incapaz de manejar el golpeo con rosca, ni de interior ni de exterior, por eso sólo le doy al balón plano, de frente, en una trayectoria en línea recta. Le pego al balón como afronto la vida, golpeándome sin remedio, viéndolo venir desde lejos, todo por no haber aprendido que analizando, tomando perspectiva y ensayando mucho se llegar a tener muchos recursos para afrontar cualquier cosa.
En estas ando mientras intento montar un suelo laminado. He buscado los materiales, tengo todas las herramientas, seguido los consejos del fabricante y me he empapado de tutoriales para que no se me escape ningún detalle. No he alcanzado a poner la tercera fila de láminas y ya estoy agobiado. Un par de herramientas han quedado inservibles y no hay quien haga encajar las piezas. Estoy desmoralizado viéndome de nuevo atrapado por mis taras. Marta, viendo llegar un nuevo desastre, ha llenado el salón con carteles y lemas motivadores.
Ahora el salón es como un vestuario de un equipo de fútbol antes de un gran partido. Estoy aquí, rodeado de lemas que despiertan mi ambición, apelan a mi discutible talento, a la puesta en valor de cómo hemos llegado hasta aquí y que un poco más de energía me permitirán alcanzar el objetivo. La verdad es que ha conseguido su propósito. Hoy estoy más motivado y me siento más capaz. Por eso estoy aquí sentado, tecleando esto que os cuento y con la consola preparada para retomar la partida del FIFA donde me juego el todo por el todo en la vuelta de unas semifinales de infarto.
Ojalá tuviese la capacidad de proponerme hacer algo, hacerlo y que salga bien. Tener la capacidad de levantarme temprano para escribir la novela armuñesa que el mundo espera o para hacer kilómetros corriendo, a nado o en bicicleta como los superhéroes de hoy. Me da rabia que, llegado a los cuarenta, se haya perdido el respeto a quienes seguimos con las rutinas adolescentes de jugar a la consola, comprar el tabaco suelto, coger el coche para ir al McAuto… Un dechado de buenas intenciones pero de malos hábitos, este podría ser mi epitafio y la única línea de mi obituario que compartiría con gente que pasó por el Helmántico como Mario Rosas, Pedro Botelho, Akinsola, Iñaki Muñoz…
Vengo de hacer un último repaso al salón cerveza en mano después de acariciar las herramientas nuevas, sacar de nuevo punta a los lápices afilados, admirar los bien apilados que he dejado los listones y, por un momento, rodeado de esos lemas me he vuelto a venir arriba, a imaginar cosas. De pronto me he visto de nuevo arrodillado, atrapado en el mismo listón. el mismo problema de ensamblamiento y he vuelto a desistir. Son muchas las plantillas que parecían bien pintureras a comienzo de temporada y que, al poco, veías acumular derrota tras derrota en una deriva inexplicable por el fondo de la clasificación. Jugadores renombrados y con aureola de estrellas que deambulaban perdidos sobre el césped.
Quizá mi paso por la vida sea este transitar acumulando derrotas. Reconocerme como perdedor en el bricolaje como hace años lo asumí en el fútbol, la música y en la gran mayoría de cosas que he intentado en la vida. Aun así, intentaré rehacerme, volver a intentar un nuevo golpe de efecto, otra rosca perfecta. A lo mejor quizá, como cuando eliges un equipo de fútbol al que seguir y animar, la vida, como el salón de mi casa, no es más que esto: elegir bien el lugar donde quedarte a sufrir.