Las semanas de fútbol de selecciones son semanas sin fútbol.
De todo lo que valen estos partidos es para cargarse de argumentos para
criticar y postularse como el nuevo seleccionador, escuchar y ver el nuevo
modelo de gafas de Juan Carlos Rivero y para conocer las políticas de
nacionalización. La primera vez que escuché hablar de esta idea de nacionalizarse
fue gracias a Javier Clemente cuando decidió convocar al brasileño Donato para aportar
seguridad a la selección para clasificarse a la Eurocopa de Inglaterra a la que
también fue el argentino Pizzi.
Esta semana veíamos el debut de otro jugador como es Adama
Traore debutar como en su día vimos hacerlo a la gaviota Catanha hace ahora
veinte años. Viendo a estos jugadores me doy cuenta de que somos muy exigentes
con ciertas personas. Me da la sensación que, como aficionados, les pedimos un
plus de rendimiento a los futbolistas nacionalizados porque los consideramos
españoles de pega, falsos patriotas que no tienen nuestros apellidos ni
nuestros rasgos. Esta realidad de los inmigrados nacionalizados es la que
expone, de forma brillante, Margaryta Yakovenko en su libro “Desencajada”.
He pasado muchos años dando vueltas antes de estar de vuelta
en Salamanca. Quien se marcha de casa, quien migra, lo hace porque quiere vivir
mejor y eso no siempre está muy bien visto. Da igual si lo haces para moverte a
otra ciudad, otro país u otro continente. Esta decisión viene acompañada,
aunque no se hable de ello, de una gran presencia de la soledad, una soledad
que, de repente, está presente en todo. Migrar es una decisión que obliga a crecer
de forma acelerada, a madurar y hacerse responsable del propio bienestar. La primera
vez que decidí salir de casa, cargado con un bocadillo, un pijama y mi álbum de
cromos de Ediciones Este, la sensación de estar solo se hizo tan insoportable
que, no habiendo recorrido cien metros ya emprendí el camino de vuelta. En la
adolescencia, y más adelante es habitual sentir que en casa te sofocas y cuando
te alejas demasiado te ahogas.
De adulto, aún con el aprendizaje de la experiencia
frustrada anterior, todo el tiempo que he pasado fuera he tenido la sensación
no saber cuál era realmente mi casa. Si se trata de la vivienda en la que pago
el alquiler, la casa de mis padres en Garrido o la casa de mis abuelos en el pueblo.
Durante mucho tiempo me sentía un errante, alguien en continua búsqueda de un
lugar al que poder llamar hogar. Me sentía como Ulises vagando entre guerras y
a la deriva en un barco deseando alcanzar mi propia Ítaca. Pero como el
protagonista de la Odisea, como expresa Kavafis en su poema, tiene que aprender
a disfrutar del camino.
Hay algo difícil de experimentar cuando te marchas y vuelves
a tu lugar de origen. Volver, sobre todo si hace tiempo que no regresas, y
descubrir que la gente apenas te recuerda y te has quedado fuera de su tiempo,
has perdido el ritmo del compás de sus vidas. Esta sensación te arroja a sentir,
como a muchas de las personas y futbolistas que llamamos trotamundos, a seguir vagando
de un lugar a otro, porque, como le ocurre a Ulises descubres que los sueños, las patrias y las soledades se evaporan, sientes que en tierra
firme eres incapaz de sostenerte si no caminas. Te acabas volviendo adicto al
horizonte.
Adama traore es nacionalizado?? Es español de nacimiento no? No todos los negros son de fuera por suerte tenemos todas las clases de razas en España
ResponderEliminarBuen día. Efectivamente como muy bien indicas Adama Traoré es nacido en Hospitalet del Llobregat por lo que no es nacionalizado. Creo que el post no hace referencia a que Adama esté nacionalizado, sino la hecho de que tanto a los jugadores nacionalizados, como a aquellos que tienen rasgos que no son españoles, se les exige más y se les vigila con lupa.
EliminarComo bien dice, es una suerte que la diversidad racial sea parte esencial de nuestra sociedad.
Un saludo