Todo el mundo está en un bar por alguna razón. Entre
los parroquianos habituales del que frecuento son muchos los motivos por lo que
hacen esta peregrinación diaria. Los hay que buscan enterrar una novia que les
abandonó y le sigue ardiendo por dentro, quienes van a explorar sus cualidades
para la seducción esperando que venga una mujer que nunca aparece, otros buscan
un mero paréntesis entre sus obligaciones, algunos que con ojos vivos escudriñan
entre los presentes la menor oportunidad para sentirse parte de sus semejantes
y quien únicamente quiere ver un partido de fútbol. Pero, creo, sobre todo, que
lo que buscamos es encontrar a alguien que sea amable contigo y, si se da el
caso, te preste un poco de atención.
Los bares están llenos de malos ejemplos pero en
donde sueles ser bienvenido y poder llegar a dar, a veces, con alguien que te escuche y, si es
día de suerte, llegue a tomarte en serio. Los paisanos del bar, en esto, no
pueden ser más diferentes a los profesionales de recursos humanos. Lo peor que
te puede pasar en una entrevista, al contrario que en el bar, es que te tomen
demasiado en serio, que crean que eres demasiado bueno. La pasada semana
aparecía en El País un artículo en el que una mujer denunciaba a una empresa,
Navantia, la había excluido por estar demasiado preparada y mostrar una mayor
agilidad mental que el resto de candidatos. Ser demasiado bueno en algo puede
llegar a jugar en nuestra contra.
Un vestuario de un equipo de fútbol es como un bar. Tiene
sus propios códigos y hay que saber adaptarse a ellos. En un vestuario y en un
bar debes tener en cuenta que los lloricas no son bien recibidos y que, nunca,
jamás, debes acabar las frases con una pregunta. Son los únicos espacios, junto
a los transbordadores especiales, en los que dudar no está permitido. En los
vestuarios y en los bares hay que aprender a hablar como los demás y, el primer
paso, es aprender a decir tacos, por eso que creo que Diego Latorre, el falso
nueve antes del falso nueve, no cuajó en su paso por la Unión
Deportiva Salamanca. Porque no maldecía, todo eran buenas palabras y dudas acerca
de la filosofía del juego y de los dolores del mundo de Schopenhauer. El
argentino que venía de estar en Tenerife con Valdano, de un clima
benigno, de jugar un partido vestido con la camiseta del Valencia en un
partido amistoso acompañado de Caniggia, se topó de frente con la
crudeza de carácter y la seca oratoria que imprimen los inviernos en la meseta.
Decir tacos es la norma en los vestuarios y en los bares
porque es el salvoconducto para liberar la ira y asustar a los enemigos, pero
también son muy útiles para hacer reír y expresar alegría por las victorias
conseguidas. Decir tacos en compañía sirve para prepararse de cara a la próxima
batalla y para tocarse los huevos unos a otros. Son un canal perfecto para
forjarse en el mundo, para criticarse a la cara de forma despiadada y convertir
el insulto en una celebrada bienvenida. Todos estos motivos hacen que los
futbolistas, como los que acuden a un bar, deben tener clara una premisa para
ser aceptados: está prohibido quejarse y mucho menos acudir con la intención de
expresar sus penas ni sentimientos. Ahí dentro todos, por obligación, deben “estar
bien”.
Me pregunto ahora, con tantas restricciones, qué pasará con la
gran cantidad de gente que ve que los bares cierran y el fútbol modesto no
tiene perspectiva de volver. Personas que no quieren que una frase de Mr
Wonderful les alegre el día y quelas pasan ahora canutas para hallar el
lugar donde entrevistarse con sus personal coach. Dónde quedan ahora
estas personas y, cuáles serán los nuevos espacios donde podrán dar con alguien
que no les pida que se hagan cargo ahora de sus responsabilidades pero que les
trasladen, con sus insultos y sus tacos, la convicción de que las asumirán y
afrontarán cuando encuentren el momento adecuado como muestra J.R.
Moehringer con “El bar de las grandes esperanzas”, acudimos a
la barra de un bar para mostrar y saber cómo enfrentarse al hecho de vivir, a
las decepciones que acechan y como intentar superar afrontarlas. A buscar, en definitiva,
una forma de vida.