No entiendo que los futbolistas se lamenten tanto cuando
están lesionados o caen enfermos por un par de semanas. De niño me gustaba
enfermar. Estar enfermo fueron mis primeras incursiones que me prepararon para
la vida independizada. Se trataba de quedarte en casa solo con la compañía del álbum
de cromos, matar el tiempo jugando a las chapas, vivir en pijama y recibir a los
amigos por la tarde que solían traerte algún detalle: un comic, chucherías o un
nuevo Gi-Joe. Casi, casi, como la vida de ahora. Por eso cuando veo a los futbolistas
lamentándose por tener que quedarse en casa a guardar reposo no logro empatizar
con su particular drama.
Otra cosa es lesiones de larga duración como las que tuvieron
que experimentar Marco Van Basten, el alemán Deisler, César Jiménez lesionado
por Figo en el Bernabéu o, en el caso de la Unión Deportiva Salamanca,
el mediocentro Ángel Medina lesionado en un partido frente al Atlético
de Madrid que peleaba por ser campeón donde Jesús Gil acusó a los
jugadores blanquinegros de “venderse por unas lentejas”, no volvió a
vestirse de corto hasta tres años después en su despedida del fútbol en un
partido frente a la Real Sociedad. Tener que lidiar con una lesión larga puede dar lugar a extrañas aficiones y a extraños hábitos como le ocurre a James Stewart en La Ventana Indiscreta.
Estar tanto tiempo lesionado debe dar para acumular una
gran cantidad de latas de melocotón en almíbar en las despensas. Uno de los
grandes misterios que me acompañó siempre fue por qué, cuando uno enfermaba,
siempre acababa llegando alguien, con mentalidad de posguerra o de jefe
agarrado eligiendo el surtido de la cesta de navidad, pertrechado con una lata como
si con ella fuese a resolver tus dolencias. Este misterio y otros sigo sin
encontrarles respuesta.
Hace unas semanas fui con Marta a Ikea. La tienda sueca es
un paraíso donde encontrar un sinfín de cosas en apariencia inútiles. De entre
todas me llamó la atención descubrir que venden piedras. Como te digo, sí, piedras.
No le di mayor importancia más allá de un comentario irónico que Marta pasó por
alto. Sin embargo, me quedé atrapado un rato mirando si realmente hay alguien
que estuviese dispuesto a comprarlas. En apenas unos minutos vi a más de diez
personas llevándose su bote con piedras. Si hay gente dispuesta a comprar libros
con títulos como “sé tu propio jefe”, “consigue un cuerpo perfecto en tres
semanas” o “hazte rico sin levantarte del sofá”, cómo no va a haber quien
compre piedras.
He caído varias veces en engaños de este tipo en aras de
conseguir mis sueños. En mi caso empecé una colección de vídeos y fascículos
en los que Butragueño te daba unas pautas básicas para ser el próximo delantero
de la selección dominando el arte del desmarque, saber golpear a puerta con
efectos imposibles o romper la cintura a tus rivales con regates indetectables.
Tras varios días ensayando en el pasillo tirando caños a las sillas y tratando
de colar el balón por la puerta de la lavadora me di por vencido. Por eso y por
las collejas que me gané por parte de mi madre.
Muchos son los equipos que rellenan sus plantillas comprando
piedras y que, no se dan cuenta, hasta una situación de urgencia que tienen
melocotones en almíbar con los que suplir sus carencias. Ahora que la liga ha
prohibido la posibilidad de suplir con un fichaje a un lesionado de larga
duración, serán muchos los que, no teniendo más remedio, tendrán que mirar con
otros ojos las soluciones que se esconden al fondo del banquillo. Descubrir cómo
desde una solución sencilla se puede, como hizo Auguste Escoffier con su
melocotón melba, poner en verdadero valor lo que se tiene a mano.