Ser líder obliga a saber gestionar la
ambivalencia. Su capacidad para seducir y conseguir que la gente le siga aceptando
todas sus contradicciones. Por un lado, un líder debe ser visto como una
persona frágil y sensible. Por otro lado, al mismo tiempo, debe exhibir de
forma rotunda sus fortalezas, su convicción de que, en cada decisión, persigue lo
más acertado en situaciones comprometidas, que siempre sabrá elegir la mejor
opción y que posee un gran repertorio de soluciones a poner en práctica sin el
menor atisbo de duda.
La autoridad del líder se consigue en base a la actitud que demuestra en los buenos y en los malos momentos. Por los aciertos y también por los errores. En los últimos días aparece en la prensa deportiva un debate continuo en torno a las decisiones que los entrenadores de los principales equipos de fútbol en España adoptan. Las decisiones de Zidane con su política de rotaciones, el debate del nueve y de la portería en la selección española o cómo resolver el rompecabezas blaugrana en que está inmerso Ronald Koeman. El entrenador, como hacemos cada quien en nuestra vida personal también decide entre el conjunto de alternativas que tiene a su alcance, siendo con ello evaluado por los demás y por sí mismo, acerca de la capacidad de gestionar su devenir personal y el de los proyectos que lidera.
Decidir implica riesgo, la posibilidad de equivocarnos o de acertar. Tomamos decisiones que sólo nos afectan de manera individual y otras que afectan a quienes tenemos cerca o a terceros a los que ni siquiera conocemos. Cada una de nuestras decisiones tiene repercusión directa sobre alguien, por ello para tomarlas hemos de tomar distancia emocional con los afectados por la misma (pudiendo ser uno mismo). El caso del gran futbolista holandés Marco Van Basten me va a ayudar a explicar y entender cómo afecta la toma de decisiones y la resolución de conflictos a su autoevaluación y la evaluación del grupo del que forma parte y al que afectan sus decisiones.
Marco Van Basten, fue considerado el mejor delantero del mundo de finales de los ochenta y principios de los noventa. Un jugador que por sí solo era capaz de desequilibrar cualquier partido. Fue, como futbolista, un delantero contracorriente pues pese a su altura, que a ojos de los espectadores le encasillaban como un jugador torpe y de escasa técnica, se rebeló como todo lo contrario. El delantero, en cada partido, tenía que tomar decisiones en centésimas de segundo: pasar el balón a la banda donde está Maldini o dejarla de cara a Albertini , chutar a puerta, aguantar la pelota esperando los apoyos de Gullit o Donadoni o tratar de regatear a cuantos adversarios le salieran a hacer frente. En este escenario sus decisiones, aún siendo individuales, se diluían entre las de sus compañeros puesto que ellos también están tomando las suyas a cada instante así, tanto el acierto como el error, no recae sobre sus espaldas sino que recae sobre los once jugadores que están en el campo.
Al finalizar su carrera como futbolista, a la que Van Basten tuvo que renunciar a consecuencia de una lesión de tobillo, optó por hacerse entrenador. Su primera experiencia al más alto nivel es siendo seleccionador de Holanda, a la que le sigue una temporada como entrenador del Ajax, equipo donde aprendió a ser futbolista, y el Heerenveen. En el año 2014, diez años después de iniciar su carrera en los bamquillos, decidió hacerse cargo del banquillo del AZ Alkmaar con el objetivo de clasificar para las competiciones europeas. Al poco de dar comienzo la Erediviese fallece su padre. Este hecho deviene en un conjunto de problemas cardíacos que le tienen de baja por espacio de dos semanas.
Tras quince días de ausencia la sorpresa aparece cuando, en su regreso, anuncia que está preparado para volver pero no para hacerse con el mando del equipos sino como entrenador asistente. Ante la sorpresa de todos y el estupor de los aficionados afirma que ejercer el cargo de primer entrenador le causa un gran malestar tanto físico como mental y que lleva sufridos numerosos episodios de estrés. El hecho de tener que ocuparse de un sinfín de tareas, la exposición pública de su figura, la percepción de estar siendo continuamente evaluado por miles de ojos que escrutan cada uno de sus gestos y, sobre todo, la pérdida de pasión en la búsqueda de soluciones a las situaciones que se plantean dentro de un campo de fútbol le han llevado a tomar esta inesperada y sorprendente decisión que día de hoy mantiene ejerciendo como asistente en la selección holandesa.
Dedicarse a una actividad en la que nuestra pasión está ausente, donde no encontramos la motivación para hacer frente de lo que conlleva, de disfrutar y sufrir con ello termina por destruir al individuo. Pero esto no debe ser sólo aplicable al desempeño profesional, sino también a nuestras relaciones personales. Por qué seguir compartiendo la vida con alguien que no nos apasiona, con quien no deseamos compartir nuestro tiempo ni nuestras vivencias. Hacerlo acarrea un proceso de destrucción.
Decía Pep Guardiola a sus ayudantes y al cuerpo técnico, cuando se hizo cargo del Barcelona, y optó por prescindir de Ronaldinho y Deco, o posteriormente con Eto'o e Ibrahimovic, “todo aquello que suceda debe ser la consecuencia de las decisiones que hayamos tomado nosotros y no terceros”. El mismo criterio fue el que siguió cuando optó por abandonar el equipo blaugrana, había perdido la pasión, el deseo de encontrar soluciones y dejar que lo que aconteciese fuese el resultado de una decisión que libremente había escogido.
Marco, el delantero apodado como el cisne holandés, un elegido para estar en el olimpo del fútbol, tuvo que hacer frente como jugador y entrenador a su vulnerabilidad como hombre. Un jugador que tuvo que asistir a su propio funeral como futbolista a los treinta y un años, llevando dos sin vestirse de corto a causa de la lesión en el tobillo que le generó una minusvalía, una depresión y un hígado apaleado por el continuo consumo de antiinflamatorios. Eso y la sensación, cuando se hizo cargo como entrenador del Ajax, que no iba a llegar lejos cuando un joven chaval le retó a mostrar de lo que era capaz Van Basten. Marco, sin poder mover la pierna supo, ya en ese momento, que no iba a poder vivir de entrenador de lo que fue. Por cierto, el desafiante era un espigado sueco llamado Zlatan Ibrahimovic.
En ese momento, una duda comenzó a germinar la cabeza en el entrenador que iniciaba su carrera. No iba a ser capaz de controlarlo todo como era su deseo. En algún rincón siempre aparecería alguien dispuesto a discutir y cuestionar sus decisiones. Una obsesión, el fútbol, le devoraba y le dejaba instalado en un sensación de continua soledad, como si fuese un apestado. Llegado el momento la pregunta irremediable ¿vale la pena la vida de un entrenador de élite?