¿Por qué un solo entrenador ha sido destituido hasta la fecha en primera división? La economía de la pandemia puede ser una razón, y muy importante, pero no la única.
Óscar García Junyent tiene el honor de ser el único
entrenador destituido en Primera. Un año después de su llegada y apenas cien
días después de firmar su renovación fue
cesado. Incapaz de conseguir que el equipo frenase su sangría defensiva, las
malas relaciones con Hugo Mallo e incapaz de conseguir que el equipo dependiese
exclusivamente del rendimiento de Iago Aspas, los resultados no acompañaron y
fue destituido. Un mes después, tras la llegada de Coudet, nadie se acuerda de
él y todos los focos apuntan al entrenador de moda, capaz de revertir la
situación en cuatro semanas, pasando de posiciones de descenso a pelear por un
puesto en Europa cuatro años después.
Los banquillos ya no queman tanto desde la pandemia. Lo vemos
en la liga española y en el resto de grandes ligas europeas donde apenas ha
habido cambios en la dirección de los equipos. Va un tercio de temporada, llega
el momento de comerse el turrón y comprobamos que apenas un enternador en España e Inglaterra han sido despedidos, dos en Italia...
Diez años atrás, a estas alturas, ya habían sido cinco los técnicos cesados
Marcelino en el Real Zaragoza, Ziganda en el Xerez CD, Abel Resino en el
Atlético de Madrid, Hugo Sánchez en el Almería y Mandiá en el Racing de
Santander.
Aun habiendo rumores de cambios, malos resultados que en
otros momentos resultarían inaceptables y situaciones inexplicables, vemos que
los entrenadores continúan en sus cargos. La no presencia de aficionados en las
gradas que muestren su descontento ayuda a frenar la presión sobre la decisión.
De otra forma es probable que Garitano ya hubiese dejado su puesto en el
Athletic, Javi Gracia en Valencia y el rubio Koeman no se sentaría en el banquillo
del Camp Nou.
En todos estos casos los propietarios de los clubes vemos
que, cada vez más, apuran la decisión de cesar al entrenador. Esta moderación
puede explicarse a causa de la pandemia del coronavirus. La situación de
incertidumbre económica en la que se mueven todos los equipos a causa de la
pérdida de ingresos en todas las áreas, deja a los mandatarios en un escenario
de zozobra en que una decisión de este tipo puede dejar tocada de muerte la viabilidad
económica del club.
Despedir es caro, muy caro, especialmente en los equipos más
potentes. Echar a un entrenador supone un desequilibrio millonario en las
cuentas a modo de indemnizaciones, los nuevos contratos del staff técnico y la incorporación
de nuevos jugadores. El Barcelona es un ejemplo de ello que, en apenas doce
meses, ha tenido que hacer frente al despido de Valverde a comienzos de año y
su correspondiente indemnización, para luego contratar a Setién y su equipo
técnico que, una vez cesados, han seguido a sueldo del club hasta hace unas
semanas, y el nuevo grupo de trabajo de Ronald Koeman. Barato, barato, no
resulta tanto movimiento y, tampoco del todo efectivo. Las pruebas demuestran
que pocas veces los sucesores mejoran la media de puntuación de los antecesores,
especialmente en equipos que disputan varias competiciones, donde el trabajo táctico
brilla por su ausencia debido al cada vez más apretado calendario que no deja
espacio para este tipo de trabajo, convirtiendo la dinámica de un equipo en
partido-recuperación-partido-recuperación.
La profesionalización del fútbol y de los gestores de los
equipos ha cambiado la mentalidad dominante. No todo es cosa de la pandemia.
Ahora se ha adoptado una mentalidad más centrada en el medio plazo, en
garantizar la supervivencia, más aún en el actual contexto económico, que en el
resultado a corto plazo. Actualmente los equipos directivos presentan proyectos
para hacerse con las riendas de un club. No se trata de prometer fichajes
rutilantes, sino de construir una idea, una identidad compartida y, para ello,
el proceso de elección de composición desde la dirección deportiva, la elección
de entrenador y las contrataciones de los futbolistas se ha vuelto un proceso
más minucioso y, por ello, más dilatado en el tiempo. Los resultados ya no se
esperan conseguir a base de la contratación de nombres sino de la ideación de
proyectos sólidos, realistas y posibles. Por ello, liquidar un proyecto cesando
al entrenador y contratando entre las opciones limitadas que puede ofrecer el
mercado resulta, cada vez, menos habitual.
Los ceses impulsivos tras un mal resultado, por una bronca
de la grada o un mero capricho han dejado de ser habituales en el fútbol de
élite. Tardaremos mucho en volver a vivir un despido caprichoso en un gran club
como fue el de Ernesto Valverde tras la Supercopa de España. La profesionalización
y la especialización en cada puesto también contribuye a esta pauta. Cada vez
son menos los directores deportivos que cesan al entrenador para ser ellos
quienes pasen a desempeñar las funciones y, si se opta por despedir, lo más
habitual es ver que toman las riendas los entrenadores de los equipos filiales.
Una fórmula que busca mantener el proyecto ya que conocen el proyecto, la
estructura del plan e identificado los problemas urgentes sobre los que
intervenir.
La paciencia parece que se ha instalado en los palcos. Una
muestra más de que el fútbol, en todas su áreas con la monitorización de los
jugadores en el campo, la implantación del VAR, nuevos modelos de gestión…, se
vuelve cada vez más racional, sofisticado, programado y cuantificable. La
pasión, poco a poco, va perdiendo su lugar. ¿Será este el fin del fútbol o la
llegada de una nueva era?