No hay nada más bonito que engañarse a uno mismo. Pensar, enfrentado al reto que tienes por delante, que tu fuerza de voluntad, la confianza en tus capacidades y tu deseo de conseguirlo te van a poner en el camino de conseguirlo. Sin embargo, siempre ante un gran reto vital como la selectividad, preparar la presentación para un gran cliente o realizar un informe crucial para los próximos meses, encuentro siempre otro que creo merece de verdad la pena: llevar al Mirandés a jugar la Champions en el FIFA.
Veo a los chavales celebrando el fin de estado de alarma y me veo, como ellos, procrastinando sus verdaderos objetivos y dejándose llevar por la primera ocurrencia fácil que se les pone por delante para distraerse. Los entiendo perfectamente. He salido de fiesta muchas veces a celebrar, entre otras cosas, las Copas del Rey del Mallorca o del Zaragoza sin saber el nombre de un solo jugador de su plantilla, he hecho numerosas huelgas estudiantiles para solidarizarme con todo tipo de causas... Qué fácil es engañarse a uno mismo creyéndose el tipo serio, aburrido y formal que, con veinte años, viviendo fuera de casa de sus padres no habría salido a comerse la noche a las primeras de cambio.
Pasamos la vida pensando en lo que tendremos que hacer y lo que deberíamos haber hecho. El punto medio entre ambas cosas es lo que llamamos presente. Así Unionistas de Salamanca CF enfrentó el partido de ayer, el más importante de su historia, pensando que, como cuando uno es joven, puedes dejarlo todo para el último día, vivir en el alambre, porque en otras ocasiones te ha salido bien y nos ha habido consecuencias. Hasta que deja de funcionarte.
De pronto te ves con la cara de tonto de quien, como contaba Manuel Jabois, se ve de pronto besándose con una chica espectacular y, al instante siguiente, abofeteado por su novio que te despierta sobresaltado de tu sueño y aturdido sin saber qué ha pasado. Así quedamos equipo, cuerpo técnico, directiva y afición del equipo salmantino en el mediodía de ayer. Vestidos con con la cara de tontos que se te queda al saber que, lo supieras o no, llevabas noventa minutos haciendo el tonto.