Abel no quiere ser ni hacer nada. Es humillante. Así describen al personaje protagonista Abel
Brodersen en la novela El círculo se ha cerrado de Knut Hamsum. Un chico joven,
con carisma, que ha decidido vivir con lo mínimo, sin preocuparse por el dinero
ni cómo obtenerlo. Sus conciudadanos le miran con lástima y conmiseración pero
él permanece ajeno.
Aunque él no siente que su vida sea miserable. Ha elegido
renunciar. La visión que de Abel tienen sus vecinos me ha recordado la que los
mexicanos tienen de Carlos Vela. El jugador que nos deslumbró en Salamanca por
su velocidad, talento y virtudes para jugar al fútbol. Carlos decidió que no
quería pelear el trono de nadie ni opositar al puesto de estrella mundial. Renunció
a la presión de las grandes citas en varias ocasiones y prefirió, ante todo, disfrutar
de la vida dejando en un segundo plano el hecho de ser futbolista.
“La gente te ve como futbolista y punto” decía el mexicano
en una entrevista. El fútbol profesional es industria, la pasión se diluye,
llegan fondos de inversión según anuncia La Liga para regar de millones a los
clubes. Para traer estrellas a los clubes españoles o, quizá, mejor dicho, para
seguir mercantilizando a unos futbolistas y deporte convertidos en productos de
consumo.
Millones de personas sueñan y hemos soñado con ser
futbolistas. Formar parte de la llamada liga de las estrellas. Disputar la Copa
de Europa, un Mundial… De niño soñaba con saltar al campo del Helmántico, oír
mi número y nombre por la megafonía y saltar al césped acompañado del himno de
la Unión. El confeti y las banderas ondeando en el fondo sur. Mis padres en la
grada emocionados aplaudiendo. En mi sueño no había millones, ningún coche de
lujo, ni vacaciones a bordo de un yate. Será por eso que no dejo de ser un
hombre corriente convertido en lo poco que soy.