Creo que Jimena, con apenas seis meses, ya sabe que su
padre es imbécil. Es el primer gran logro de mi labor educativa. Me he
esforzado mucho para que vea, cuanto antes, que el mundo está repleto de
imbéciles y que su padre es el primero que conoció. Reconozco que me quedé en
algún momento del pasado. Mi salto a la madurez se estancó en algún momento.
Sigo vistiendo ,debajo del jersey, camisetas de mis grupos favoritos, haciendo
la colección de Panini cada nueva temporada y guardándome billetes en los
calcetines por miedo a que me atraquen o a que me roben la cartera que llevo siempre
asegurada al pantalón con una cadena.
Madurar significa rebajar los niveles de exigencia.
No
demandar a quienes te rodean la perfección. Conformarse. Viendo “Jugones”
he caído en la cuenta de que, cuando se escruta la opinión del público acerca
de los resultados del equipo, esta semana lo vi sobre el Getafe del Míchel,
la destitución de un técnico tiende a ser demandada de forma vehemente por los
aficionados más jóvenes. Inconformistas por naturaleza me veo reflejado en ellos
pidiendo a gritos el despido de Lillo, Russo, García Remón…
. Impaciente e insatisfecho reconozco haber silbado a Pauleta por fallar
un gol cantado o a Barbará por errar un pase fácil, bisoño aún y sin haber
aprendido eso del “otro vendrá que bueno lo hará”, eterno bucle de la
resignación cargado de belleza.
Esta es la señal en la que me he dado cuenta de que he
madurado. Ya no pido la destitución de un entrenador ante la primera derrota.
Tiendo a mostrarme comprensivo, a apelar a la paciencia, a argumentar que es
necesario tiempo para que el proyecto se consolide… En definitiva, demando para
los entrenadores las mismas segundas oportunidades que he rogado a lo largo de
mi vida para demostrar que no soy tan estúpido como parezco o que, al menos,
sus consecuencias no son graves ni dolosas.
Los mitos en el fútbol y en la vida se forjan desde la distancia.
Hoy un delantero como Casartelli, visto con perspectiva, aparece en
mi recuerdo coronado de gloria y laureles pese a su falta de gol. Le recuerdo
ahora con la condescendencia y el cariño con el que uno observa a un buscavidas
carente de talento para el engaño y totalmente inofensivo. Décadas después aquellas
actitudes y comportamientos que desde la grada abroncábamos y nos dolían como
puñaladas, las rememoramos con cariño e indulgencia. Igual que hacemos, al
sentarnos en una terraza, al recordar las correrías nocturnas del pasado y
anécdotas etílicas de otro tiempo que habiendo acabado con multa, con un ojo
morado y la censura paterna son ahora episodios heroicos que forjaron nuestro
carácter.
Jimena, igual que he hecho con los jugadores de mi
equipo al inicio de cada temporada, me exigirá perfección. Poco a poco, con el
paso de los años, al igual que de los partidos, irá descubriendo que esto es lo
que hay. Tendrá que aceptar mis defectos y asumir mis limitaciones y, con el
tiempo, se reirá al recordar mis torpezas. Igual que me pasa a mí que, al repasar
cada una las plantillas de la Unión Deportiva Salamanca, se me dibuja un
sonrisa al evocar a Serodio, Nuno Luis, Azkorra, Laionel…