Unionistas de Salamanca 3 - 3 S.D. Logroñés
Este último fin de semana he terminado agotado. Empezando por la fiesta del fútbol popular el sábado, cosa de chándal, visita guiada y ronda de tintos, para terminar el domingo vestido de bonito en casa de mis suegros con una ronda de clásicos español, inglés y francés regados con Larios limón. Paso el tiempo en la eterna contradicción, en la hipocresía de un tipo de barrio que vive en un edificio sin ascensor con un punto de arrogancia de urbanización privada.
Es difícil ser dos gilipollas diferentes en un mismo sitio pero lo consigo.
Paso en un momento de firme defensor del fútbol popular, del
hermanamiento entre aficiones, a criticar a quienes no disfrutan del juego por
atender únicamente al resultado. Esto el sábado. El domingo, apenas unas horas
después, he echado la tarde exigiendo la victoria a toda costa, a no tolerar otra
cosa que no sea el regate perfecto, a reclamar una y otra vez el pase definitivo,
el gol imposible. A exigir la victoria por obligación.
Las esperanzas que tenían mis padres depositadas en mí
consistían en aprobar una oposición, casarme, tener una hipoteca, un mes de vacaciones
al año y pagar el recibo de la funeraria. No las he cumplido, todavía estoy a
tiempo de lograrlo, pero no les he escuchado el menor reproche. Mis padres me
educaron haciéndome consciente de que perder es lo normal en la vida. Pero la
televisión, el medio por el que mi generación accede a la capacidad de soñar sin
límite, se empeña a través de sus anuncios de colonias, de casas de
apuestas y hasta de botas para el trabajo, de convencerme de lo contrario. De
que debo ser un exigente ilimitado.
La exigencia que no tengo en mi trabajo, en el cuidado y el orden de la casa, en mis miserias cotidianas o en mis obligaciones impositivas la consumo en los demás.
A Jimena, con sus apenas seis meses, a escondidas de su
madre, le estoy pidiendo que maneje el lenguaje de signos para que pueda
atender antes sus necesidades, le repito una y otra vez que las manos no están
sólo para pedir una y otra vez los cinco lobitos. Le estoy enseñando a que
levante la mano, como cuando se pide tarjeta para el rival, para decir que
tiene hambre, a cruzar las manos por delante pidiendo el cambio de pañal igual
que pedimos el final del partido en el campo o bailamos el aserejé en la
verbena…
Soy exigente con ella pero no tanto como lo soy con el
fútbol televisado, perdón pirateado, con el que no tengo freno. He llegado a un
punto en el que me da igual el partido, los equipos y los jugadores que estén
en pantalla, les pido a todos lo máximo, desde el sofá y a la pantalla me sale
gratis pedir.
Tengo la suerte de que Marta no es muy exigente conmigo. Todavía
no me ha dejado. Le basta con que sepa diferenciar entre el compartimento del detergente
y el suavizante, encargarme de bajar la basura dentro del horario marcado, saber
el camino de vuelta al coche cuando salimos de excursión y recordar el pin de
la tarjeta cuando pago en el supermercado. Con todo, no sé cómo lo hago, pero
siempre me sigue quedando alguna asignatura para septiembre.
Unionistas de Salamanca: Salva De la Cruz, Marín, Ramiro Mayor, Fer Román, Salinas, Mandi Sosa, Nespral (Acosta min.54), Íñigo Muñoz (Edu Cortina min.87), Cris Montes (Rayco min.54), De la Nava (De Miguel min.71) y Espina (Pitu Doncel min.54).
Goles: 1-0 Ramiro Mayor min 27, 2-0 Cris Montes min.29, 2-1 Emilio min.34, 2-2 Soberón min.73, 3-2 De Miguel min.75, 3-3 Jon Ander min.81.