Llevo años viendo galerías de fotos de la fiesta nocturna en
Salamanca. Es el mejor contenido de los diarios digitales de fin de semana. No
falla. Me sirve, ahora que estoy retirado del oficio de salir, para ver cómo
casi todo sigue igual. A grandes rasgos puedo afirmar que se sigue bebiendo y
frecuentando los mismos locales aunque con otros nombres, las fotografías siguen
teniendo el poder de convocar a todo el mundo en una poderosa exaltación de la
amistad y los vasos de tubo han desaparecido.
Hay cosas que me gusta descubrir de la juventud de hoy. Una es que hay
mucha barba, bien cuidada, y bigotes, algo impensable en los 90. La gente sale
en zapatillas, llevan prendas deportivas y, por lo que parece, aun con ese atuendo, pueden entrar en los garitos de moda. Cuando no hace tantos años, o salías vestido, como mínimo, para ir a un bautizo o la única alternativa quedarte en la calle fumando Fortuna,
bebiendo de prestad mientras veías cómo la noche estaba reservada para los
triunfadores. También hay mucho pantalón de pitillo y, cada vez, menos jevis.
No se ven jevis en las fotos de la noche salmantina y
tampoco por la calle. Me resulta descorazonador ver a la mocedad camino del instituto
por la mañana. No porque vayan igual de desmotivados que íbamos hace veinte
años, lo peor de todo es que no se ve un jevi. Desde este inicio de curso no he
visto uno sólo. No se ha dejado ver hasta el momento ni una sola chupa de cuero
ni un buen cinturón de chapas. Sí he visto alguna camiseta negra de bandas pero
con el tufillo a Inditex y, aunque la chavalada lleva el pelo de todos los colores posibles,
no hay sitio para una buena melena. Los jevis están en extinción como los porteros
que blocan balones.
Los jevis y los porteros de fútbol son las personas más
diferentes al resto que conozco. De niño me fascinaba verlos porque visten diferente al resto, pasan sólo mucho tiempo y tienden a ser un poco maniáticos, recuerdo que en mis primeras visitas al Helmántico me pasaba el partido mirando qué hacía Cervantes o el portero visitante a cada momento. Si me preguntaban qué quería ser de mayor decía que portero y jevi. Jevis porque aunque aún no lo sabía intuía que, en sus locales oscuros, de
música estridente y angosto acceso siempre ofrecen un lugar en el que poder
refugiarse y los porteros porque son el último bastión emocional al que uno puede
aferrarse en un campo de fútbol. Un bar jevi y una portería son lugares a los
que se va sabiendo que se va a estar allí mucho tiempo. Lugares en los que,
quienes acuden, acaban sintiéndose bien. Los