Llevo casi tres meses en chándal. No el mismo. Desde que
acabó el verano y tuve que despedirme de los pantalones cortos hasta el próximo,
he pasado de uno a otro sin remordimientos. Mis vecinos están preocupados conmigo.
Me ven, con Jimena recién nacida, Marta conmigo en casa , rutinas impropias de
horarios de oficina y murmuran. La vida de los demás es siempre un misterio que
se nos escapa pero para el que tenemos cientos de hipótesis.
Hay que vestirse para el puesto de trabajo que te gustaría
tener, no para el que tienes. Esta frase la leí hace unos meses y voy con ella
a muerte. Recién estrenados los cuarenta, momento en el que los gurús afirman
que debo estar en la cúspide de mi carrera profesional, me los paso vestido con
ropa de deporte. Me temo que huelo a fracaso por los cuatro costados. Soy toda
una falta de ambición, de no querer más, un jugador perfecto para equipos que,
cada año, afirman que su objetivo es la permanencia.
Hay quien quiere vestirse de corto. Saltar al campo.
Cambiar
el devenir de los acontecimientos. No, no, a mi me vale con ir convocado y
calzarme el chándal. Unos días me enfundo el clásico de piel de melocotón de mi UD Salamanca y, otros, cuando necesito ser creativo el Kappa del Dream Team de Cruyff. Esto es lo mejor que puedo ofrecer cuando debería de estar
peleándome por un lugar en la cima así que, quizá, en vez de estar subiendo
debo llevar tiempo cuesta abajo. Tendré esforzarme en identificar las señales
que lo indiquen. Preguntaré a mis vecinos en la próxima reunión.
Puede no parecerlo pero, aun en chándal, tengo mis
inquietudes. Me pregunto si en los vestuarios seguirá oliendo a Réflex, cuántos
futbolistas que han llegado a profesionales esnifaban cloretilo antes de los
partidos, dónde están los jevis calvos y por qué ya no hay porteros con
pantalón largo. Hoy en día, con tanto big data, sigue habiendo información
útil que se está perdiendo igual que se pierde mucho talento en los banquillos.
Isco, por ejemplo, un crack, el único del que esperamos algo en el pasado mundial de Rusia. De un tiempo a esta parte, entre lesiones, recaídas, etc, empezó
a verse más tiempo en chándal que vestido de corto, a tener tiempo para pensar
en otras cosas y ya nadie le espera sobre el césped.
La vida en chándal es mejor que la de quienes saltan a la
palestra vestidos de traje o con la primera equipación. Vivir en chándal es no
creerse más ni mejor que nadie. Significa saber que en la vida no todo es
pasecitos al pie sino que, de vez en cuando, hay que dar un buen pelotazo en
largo. Es disfrutar por igual de un partido de champions en la pantalla
plana de tu casa que pasarte la mañana de un domingo con el culo frío en la grada
viendo el trofeo Isidoro Benito. Y aquí sigo, empezando una semana más, como
los habituales del banquillo, teletrabajando.