Unionistas de Salamanca 0 – 0 San Sebastián de los Reyes
En mi familia es práctica habitual el chantaje emocional. Aparece
de forma sutil a la hora de la comida y se va perfeccionando entre generaciones
El objetivo: comer de todo y todo. Si toca filete de ternera se apura hasta el
nervio, si es pescado la raspa debe quedar limpia y brillante como un colgante,
los pipos de la fruta deben quedar exprimidos hasta haber extraído la última gota
de jugo. Restos de una economía de posguerra en la que la cabeza de un tostón,
los ojos del cordero o el hígado tenían la consideración de exquisitez. ¡Dejas
lo mejor! Ha sido la expresión que más he escuchado a mis abuelas, que nos lo
repetía a cada nieto cada ve que el plato no estaba reluciente al terminar la
comida.
Marta alucinó en la primera comida familiar a la que vino.
Todo iba teniendo la consideración de normalidad hasta el momento en que
apareció el tostón. Alucinó en el momento en el que, justo después de servirle
a ella la mejor ración, mi madre sacó el bingo. En mi casa, tenemos la
costumbre, de recurrir a él para que sea el azar quien decida quién se come
qué. Los privilegios quedan abolidos en ese instante y practicamos el comunismo
gastronómico. A mí me tocó en suerte la cabeza, estaba exquisita, no dejé ni
los ojos. A pesar de la sorpresa inicial hoy por hoy, Marta y el resto de la
familia política se presta gustosa a participar en nuestra particular bonoloto.
Uno nunca sabe dónde está lo mejor y, por eso, me deja frío
ver que los entrenadores no rotan cuando tienen que hacer frente a varias
competiciones. No hay mayor injusticia para un suplente que seguir
siéndolo cuando llega la Copa. Esa competición en la que busca los que, salvo
catástrofe, sabe que van a ser los únicos minutos en los que pueda vérsele
sobre el terreno de juego. Me pregunto qué haría en una situación como la que
vivió Tomasso Berni, portero suplente del Inter de Milán, que pasó trece
temporadas en la serie A en las que apenas jugó diez partidos. Toda una carrera
deportiva masticando una situación indeseable en la que lo único que has dejado
para las estadísticas son dos expulsiones por protestar desde el banquillo. Igual que recuerdo a Quique Ayúcar que llegó a la Unión Deportiva Salamanca como un fichaje de relumbrón y apenas estuvo veinte minutos sobre el campo, eso sí, le dió tiempo para marcar un tanto.
Me resulta muy duro de digerir ser futbolista sabiendo que no vas a jugar nunca.
Resignarte a que tu única oportunidad de saltar al campo va a deberse
a una tragedia indeseada para el resto, salvo para ti. Igual que debe ser duro
para una madre preparar cada año una comida especial sabiendo que te van a
tocar los restos, que sólo vas a poder cazar una buena ración porque va
habiendo bajas entre los comensales. Puedes postular tus virtudes, tratar de
hacer ver todas tus fortalezas, construir un argumentario para obtener la
confianza suficiente para merecer una oportunidad. Luchar por derrotar prejuicios.
Ser como esa cabeza de tostón que nadie quiere y que, cuando le das la
oportunidad, descubres que, efectivamente, te estabas dejando mejor.
Unionistas de Salamanca: Salva de Cruz, Manu Sánchez (Fer
Román min. 50), Ramiro Mayor, Jorge Mier, Salinas, Héctor Nespral, Luis Acosta
(Mandi Sosa min.79), Cris Montes, Pitu Doncel, Carlos de la Nava (De Miguel
min.70) y Pablo Espina (Íñigo Muñoz min.70).
Goles: no se vieron.