En los ochenta, lo mejor que se podía ser en Garrido era rubio.
Un niño rubio nunca está bajo sospecha,
cuenta siempre con el beneficio de la duda y está sobrevalorado. Se habla mucho de la diferencia
de clase, lo que puede influir el barrio en el que crezcas obre tus
posibilidades pero, si hay algo que determina el futuro es el color del pelo.
No hay mejor pasaporte para el ascenso social.
Mi primo Pablo, rubio de los de hacerte cerrar los ojos
cuando le daba el sol de mediodía, lo tenía todo a favor. Mi abuela le perdonaba cualquier trastada que al resto nos suponía tener que acabar el bocata de foiegras mientras él se ventilaba, ante mis ojos suplicantes, la Nocilla, En
el colegio rápidamente quedaba fuera del listado principal de sospechosos ante cualquier conflicto, al segundo quedaba exculpado de someterse a la rueda de reconocimiento
cuando había pelea en el patio y, lo que más me hería, jugando en el mismo
equipo de fútbol que yo, el entrenador le eximía de bajar a defender.
No había hecho nada destacable en la vida. No era ningún virtuoso
pero todos le tenían en consideración. Mi abuela porque veía en él la imagen de
un ángel caído del cielo y, mi entrenador, porque con su melena rubia veía la viva
encarnación de Schuster defendiendo la elástica del Sporting Garrido. Sólo por
eso le han llovido las oportunidades en la vida, viniéndole a buscar, como preguntándole
qué hace ahí que nos las aprovecha, mientras al resto no sólo nos daban la
espalda sino que se se escapaban corriendo al sentirnos demasiado cerca.
Hay quien tiene todo a favor y, con todo, no le da para
aprovecharse de ello. Muy mal se te tienen que dar las cosas, siendo rubio
hasta decir basta, y terminar jugando de central. Vale si eres alemán, danés u
holandés, pero, cuándo se ha visto a un rubio nacido en la meseta, en la pampa argentina o en la campania italiana guardando la porterías ante el acoso de los delanteros rivales.
Díganme un solo central rubio que haya hecho carrera en España, que sembrase el
pánico en los rivales o que fuese visto como un muro inexpugnable.
No se conoce ninguno a no ser que seas de Salamanca. No por
mi primo, obviamente, sino por un central argentino llamado Ricardo Rezza al
que recuerdo como un coloso vestido de corto. Un tipo que, este sí, es el único
central rubio que me ha inspirado respeto en toda mi vida y del que, imaginaba
que chocar con él debía ser como comer hornazo sin nada para regarlo.
Ser rubio y que te quieran como a Mendieta, Beckham o Griezzman
es fácil. Luego están los que, se tiñen para que les quieran más, como hicieron
en el colmo del egoísmo Messi y Cristiano Ronaldo que, aun llevándose todos los
honores, todavía querían más tiñéndose o dándose mechas. Luego hay otros que,
como la selección de Rumanía al completo, excepto Stelea, en el mundial de Francia
98 aparecen teñidos como pollos para celebrar su marcha triunfal en el torneo y, por impostores, no vuelven a ganar un partido.
Pero, sobre todo, hay que admirar a los rubios como Rezza que,
teniendo todo a favor, renuncian a vivir instalados en el halago
fácil y prefieren los vaivenes de sus defectos. Quienes han visto jugar al ciclón de Boedo o han crecido en Garrido
saben que no todo el mundo quiere ser guapo y que los méritos son los que uno
se trabaja. Esto se aprende con el tiempo, a base de errores que no cotizan en bolsa y desterrando
falsos mitos. Toma nota: el agua oxigenada te deja el pelo naranja y, aunque no
lo creas, el rubio no le sienta bien a todo el mundo.
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