Hay algo que siempre me genera mucho desconcierto: visitar
el centro comercial de Los Cipreses. Si hay algo que me genera desazón es ver edificios
abandonados, coches estacionados de los que nadie se acuerda, bicicletas condenadas
a cadena perpetua en una farola, sillones de skay junto a contenedores… pero,
sin duda, lo que peor me deja el cuerpo es entrar en este centro comercial.
Aprendemos pronto y a la fuerza que hay cosas que pueden, y hasta deben, semiabandonarse
Aprendemos pronto y a la fuerza que hay cosas que pueden, y
hasta deben, semiabandonarse: los playmobil, una relación amorosa, la limpieza
de nuestra casa, la recogida de basuras de la ciudad, de seguir a nuestro
equipo hasta la siguiente temporada cuando encadena varias derrotas o ya no se
juega nada pero esto de tener junto a la puerta de mi casa un monumento al hiperconsumo vacío, me parte el corazón
cuando salgo a la calle cada mañana. Es un recordatorio diario de que, por
muchas certezas que uno tenga, siempre se debe tener presente el atisbo de la duda.
Esta última semana he dejado de creer. He desayunado creyendo que
Unionistas de Salamanca no llegará al playoff aunque hace unos días aún
albergase esperanzas. La causa no está en la derrota del último partido. La
responsabilidad esta desazón está en los estantes vacíos de leche del Mercadona
y el Gadis que son los grandes asideros con los que me relaciono con el mundo,
entiendo la macroeconomía, la globalización y el capitalismo. Algo falla si, en
esta avenida del norte de la ciudad, lo único que nos manda el mensaje de que
el mundo sigue funcionando son los
carbohidratos de las hamburguesas.
El mayor síntoma que tenemos a nuestro alcance de que algo
no funciona es ver un supermercado con los estantes vacíos o un centro
comercial con las tiendas cerradas. Es el fracaso de todo en lo que creemos y con
lo que, a diario, respiramos. Que un Mercadona falle, un centro comercial no
tenga a gente merodeando por sus pasillos, es como si, de repente, dejase de
cumplirse la ley de la gravedad y cambiase la órbita de la tierra alrededor del
sol.
No hay nada tan apocalíptico ni tan revelador como pasear por el centro comercial Los Cipreses.
Una visita que, de tarde en tarde, todos
deberíamos hacer para, como decía Faulkner en Las Palmeras Salvajes, hacer una
elección “Entre la pena y la nada elijo la pena”. Después de dedicar un minuto
a atravesar el pasillo del centro comercial decido que quiero seguir creyendo
en alcanzar el playoff hasta que las matemáticas me digan que es posible porque, siempre, la pena merece la pena.