Mis dudas sobre si Unionistas jugará el playoff, las ha disipado un mensaje que he recibido : "Claro que sí. Estamos vivos".
No se puede ganar siempre. Eso dicen. No se puede ganar nunca diría yo. Mi trayectoria vital se resumiría en esta frase. La razón, paso por la vida superando con creces el récord de encuentros sin ganar más larga que Clerc, actual jugador del Elche, ostenta tras pasar más de un año sin probar las mieles del triunfo. Pido una subvención, me la deniegan. Me ofrezco voluntario a ser presidente de la comunidad, me montan una moción de censura a mis espaldas. Me hago un MBD, abro un blog.
Soy una sucesión de derrotas nada más saltar al campo. Aún así no tiro la toalla. Persevero. Consigo salir adelante porque tomé la sabia decisión de tener como amigo a Andrés. Si hay alguien que convive con la derrota desde la infancia es él. En la primaria ya descubrió que no estaba en el mundo para ganar. Fue en un concurso de disfraces de carnaval. Andrés se había pasado semanas trabajando en su disfraz de Induráin. Se hizo un traje perfecto para batir el récord de la hora, se tiñó la piel a base de friegas de henna para tener un moreno envidiable, aprovechó las clases de plástica, mientras los demás hacíamos una máscara que daba pena usando un globo, cola y periódicos viejos, para hacerse un casco con contrarreloj perfecto, customizó su California, mucho antes de la llegada del tunning, con poliespán hasta lograr de ella una réplica de la Espada. Lo tenía todo en su mano para llevarse de calle el primer premio y no lo logró. Perdió. Por mi culpa.
Cuando llegó la hora de subir al escenario donde tenían que valorarle, le acompañé con mi gorra de Banesto comprada en el último Criterium en Los Cipreses, que me sirvió para mi modesto disfraz de Prudencio Induráin. Le iba indicando, derecha, cuidado con esos cables, gira a la izquierda que están los altavoces. El recorrido hasta el escenario parecía el plató de El juego de la oca. Le insistía en que tuviese cuidado, que había muchos peligros desperdigados por el suelo a los que había que sumar las luces que coloreaban el escenario además de un gran foco de luz frente a él. Fue alcanzar la cima del escenario y sobrevenir el desastre. La luz cegadora del foco, un escenario desnivelado y una pedalada más fuerte de lo debido por la presión de lo que venían detrás, sumado al empujón que le di como había visto en la rampa de salida de las etapa prólogo del Tour, hicieron que Andrés saliese volando a lo Joaquín Sabina para darse de bruces contra el suelo. Un momento de pánico y estupor en medio de una nube de poliespán. Andrés se levantó sin saber dónde estaba, el casco le había salvado la vida, pero acababa de catar el sabor a cemento y óxido de la derrota. Se sabía ganador pero se le escapó la victoria. Siempre me he preguntado cómo de diferente podría haber sido su vida sin aquella caída.
La vida a Andrés le sigue ofreciendo desafíos para salir adelante. Pasa los días enfrascado en pequeñas reparaciones, actualizaciones continuas de sus dispositivos, escrutando nuevas aventuras posibles en destinos vacacionales que no distan a más de cien kilómetros de su casa. Todo lo encara poniendo en liza su método, una estrategia de enfrentar las cosas que ha perfeccionando durante décadas. Se lee todos los manuales, revisa vídeos de especialistas, compra el mejor material, la última tecnología que le ayude a conseguir su pequeño triunfo. Al empezar parte con ventaja, todo hace indicar una victoria cantada en uno de los partidos de trámite de la vida. Nada, ni con esas consigue levantar los brazos al llegar a la meta porque lo habitual es que, cuando llega, descubra que ya la han recogido.
Andrés es socio de Unionistas y sigue creyendo en el playoff. Le da lo mismo los resultados y que las probabilidades de conseguirlo sean mínimas. Él, mejor que nadie, sabe que la vida es difícil, que vivir es perder. Lo sabe porque está peleando con un cáncer de pulmón sin haber fumado nunca. Sé que, esta vez sí, está preparado para derrotarlo y, por fin, ganar el partido. Lo sé porque me contó que, al salir del hospital tras recibir el diagnóstico, no llamó a nadie, sino que se marchó a pasear junto al río, se sentó en un banco, cerró los ojos, escuchó piar a los pájaros y dejó que el viento le acariciara la cara. Ahí, en ese momento, me contó que fue consciente de lo bonito que es estar vivo y sintió la tristeza por dejar de vivir. Hoy me ha escrito para juntarnos para ver el partido contra el Pontevedra. Ante mis dudas sobre si llegaremos al playoff, su respuesta ha sido clara: "Claro que sí. Estamos vivos".
Uniopistas da muchísimo asco en Salamanca
ResponderEliminar