El fútbol anda escaso de regateadores. Apenas se ve en los terrenos de juego a jugadores capaces de salir airosos de cuantos rivales le salen al paso. Unionistas los recupera para la causa al contar este año con especialistas como Rastrojo o Alfred Planas
Llegado septiembre el mercado de fichajes de verano finaliza y me toca, desconsolado y sin equipo, decir adiós a la temporada. No ha habido ningún ojeador que haya emitido un informe aconsejando mi contratación ni tampoco un solo cazatalentos que haya visto la magia que ven en mí los rivales a los que me he enfrentado hasta ahora. Los días se acortan, llegan las tormentas, bajan las temperaturas, vuelve el cole y cierran las piscinas. Fin a mi temporada futbolística.
Llevo años apurando las pretemporadas, como los jugadores de la selección AFE, para encontrar un equipo que me rescate del olvido. En el césped de la piscina lo doy todo, regateo como Onésimo sentando hasta tres rivales en la misma jugada, me cambio del balón de pierna con la facilidad de un mago del fútbol sala como Paulo Roberto, defino con la sutileza de Romario y me entrego en la labores defensivas a un nivel superior al de Antoine Griezmann. Al acabar cada encuentro durante la hora siguiente no me separo del teléfono ni un segundo para que no perder la llamada que me cambie la vida. Si el teléfono no suena, no desisto y salto otra vez al césped a la siguiente oportunidad que se me presenta.
El fútbol anda escaso de regateadores. Apenas se ven en los terrenos de juego a jugadores capaces de salir airosos de cuantos rivales es le salen al paso. Unionistas ha optado por ponerlos en valor al contar este año con especialistas como Rastrojo o Alfred Planas. El trabajo del cuerpo técnico y de sus compañeros es saber aprovecharlos. No dejarles como a mí, náufragos en el Reina Sofía como lo estoy yo en la piscina, solo porque ya no están de moda por el exceso de encumbramiento del pase al pie y la preferencia por los futbolistas decatletas. Los regateadores como gente de mucha clase y poca escuela, somos arte urbano, picardía y descaro. Talentos en la defenestrada habilidad del amague.
Ahora los futbolistas solo amagan en los videojuegos, y ni eso. El mejor gol de la historia, el de Maradona en el mundial del 86 a Inglaterra es todo un tratado del arte del engaño al rival, lo mismo que el de aquella cabalgada de Messi frente al Getafe. Cuántos goles cómo estos habré marcado este verano en la piscina. Decenas. Cabalgadas que he culminado con todo tipo de definiciones y una sola celebración: voltereta a lo Hugo Sánchez. Mis rivales solo hace que admirarme y hablar a los demás presos del hechizo de mi talento. Una pena que ninguno de mis rivales supere los ocho años.
Ahora que la sombrilla ya descansa de nuevo en el trastero, la toalla pasa a ser mi compañera de gimnasio, seguiré trabajando en conseguir mi sueño. Espero la llamada que deseo se produzca ahora que hago pública esta oda al patetismo de una carrera futbolística truncada por no tener contactos y contar con un representante. En la grada del Reina estaré cada quince días, por si algún entrenador me necesita y aún le quedan fichas libres. Si no tiene mi número, puede reconocerme fácilmente, soy el que se pone en pie y grita olés a cada regate que uno de los nuestros hace pegado a la línea de cal. Estaré listo, siempre llevo papel, boli y fotos tamaño carnet en la cartera.
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