Pueden decirte paquete, pufo, muerto pero no hay nada peor que matao.
Hay cosas en las que no doy mi brazo a torcer. Soy duro e implacable y no atiendo a ruegos, críticas ni acusaciones. Punto uno. La calefacción se enciende el primer día de noviembre y se apaga el último de marzo. Punto dos. No me pongo la cazadora hasta la visita al cementerio el día de los Santos. En todo lo demás puedo dejarme convencer. Acepto cualesquiera que sean las explicaciones del entrenador después una derrota, pago sin rechistar todo aquello que Marta quiera comprar para Jimena, acepto los ruidos y golpes de mis vecinos a deshoras con la resignación del paria que soy... Y más cosas. No sigo por no aburrir.
Ahora que está de moda esto de la terapia y que puedes encontrarte un coach donde menos te lo esperas, he empezado con mi desahogo. En mi caso estoy muy apegado al mío. Me parece un auténtico fenómeno. Casimiro se llama, según reza en su documento de identidad, pero yo lo conozco como el profeta. Llevaba años viéndole por Garrido, deambulando de un bar a otro, con una Biblia siempre en la mano y un cigarro inagotable colgándole de los labios, pero nunca nos habíamos dirigido la palabra. Hasta hace unos días en el que, casualidades de la vida, compartimos mesa en una terraza.
La conversación comenzó porque vio que llevaba un paquete que debía depositar en el punto de entrega tras realizar una venta por wallapop (tremendo invento). Casimiro que ya no va con la Biblia a ningún sitio, haciendo alarde de su perspicacia, me preguntó si era un libro lo que llevaba ahí, porque el paquete tenía forma de libro y, si no era indiscreción, de qué título se trataba. No hubo problema le dije, no hay nada que esconder, se trata de Vengo de ese Miedo de Miguel Ángel Oeste (un librazo que te recomiendo si no lo has leído). Con eso empezó una disertación que acabó diciendo algo que llevo aún grabado a fuego: "se puede ser feliz siendo infeliz si se toma la dosis justa de infelicidad". Una frase así no tiene precio. No era suya, obvio, lo único suyo era la cerveza que tenía sobre la mesa afirmó tajante. Volví a casa dándole vueltas a la cabeza y sin ningún beneficio por la venta del libro.
He puesto a la venta casi todos los títulos de mi estantería. Los vendo a precios de saldo para que con cada venta, tenga una excusa para salir a solas de casa y buscar al profeta por las terrazas cercanas. Por suerte nos hemos seguido encontrando. La dinámica siempre es la misma. Me pregunta por el libro que he vendido, diserta y suelta una frase final que ya quisiera para ella MrsWonderful, pago su cerveza, pago mi café y adiós muy buenas. Marta se ha enterado de mi relación con el profeta, ha escuchado mis explicaciones para decirme que, no hace falta que vea más al profeta ni me gaste el dinero en psicólogos, coach o como quiera llamarlo. Lo que me pasa, dice, es que siempre he sido un matao.
Nunca me habían dicho nada tan incontestable. Me he encontrado de frente así, zas, sin calentamiento, defensa ni barrera, con un pelotazo en toda la cara. No hay capacidad de réplica. Si alguien te define así ya no tienes solución. Pueden decirte paquete, pufo, muerto pero no hay nada peor que matao. Lo mejor, en casos así, es resignarse cuanto antes y sobrellevar lo que queda de existencia como se pueda. En fútbol lo mismo, en todo equipo siempre hay y ha habido un matao, somos un mal necesario y ayudamos a hacer la vida mejor. Tener un Serodio, un Casartelli, un Obeng cerca es hasta recomendable. El problema es juntar a varios al mismo tiempo. El desastre sería inevitable e irreversible.
Marta me detectó pronto y quiso elegirme, por inofensivo, como el matao necesario. Ahora es el turno de Dani Ponz de hacer lo propio con los suyos. Y es que, como dice Leila Guerreiro, los mataos, como el fútbol, podemos ser "la única felicidad que iba a salvarte, la clase de felicidad que iba a matarte cuando te faltara".
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