Esta mañana de domingo, a primera hora, las calles aún mojadas después del chaparrón al amanecer, los pájaros enloquecidos y su canto contento, el aire fresco y limpio aromatizado con el olor del cruasán recién hecho que llevaba a Marta para desayunarnos su día. Una mañana de esas en las que uno se siente capaz de volver a intentarlo.
Volviendo a intentarlo anda Unionistas. Ayer, por fin tuvo que ser en Teruel, salió a jugar fuera del Reina Sofía con el propósito de marcar en portería contraria desde el inicio. La cosa salió bien. Porque Dani Ponz volvió a acertar planteando el partido, porque Slavy empeñado en ser el delantero titular está tocado por una varita, porque el equipo supo recomponerse a quedarse con diez, porque Rastrojo hizo el cero dos y porque a la hora de defender el área, salvo en el balón parado, no hay mejor equipo en la categoría. El equipo está empeñado en conseguir la plaza para la Copa del próximo año y es de agradecer que no se dejen ir.
Dejándome ir en todo este tiempo se me ha pasado comentar cómo en Garrido, a bombo y platillo, se inauguró hace un par de meses una casa de empeños. Ya llevaba operando tiempo, arrinconada, hasta que ahora da la impresión de que ir a empeñar tus joyas, enseres, cubertería, tecnología, tu dentadura o todo aquello de lo que susceptible de ser tasado, por desesperación y la incapacidad de no encontrar otra salida para volver a intentarlo, te ves obligado a desprenderte es un acto cargado de glamour.
Desde fuera lo que ves es una sala de exposiciones y, al lado, una pecera donde una mujer y un hombre uniformados como si estuvieses en hotel de cinco estrellas, esperan, tras una mampara con cristal de seguridad sacarle el último rédito a la esperanza. Una casa de empeños muy alejada de la imagen que tenemos de ellas por lo que vemos en en el cine y en la televisión. Un lugar en el que a plena luz del día uno tiene una ventana en alta fidelidad de la sociedad que somos.
Esta mañana antes de salir a la calle, tumbado en la cama junto a ella, me he girado y allí estaba Marta dormida, con Jimena amagando una sonrisa roncando entre nosotros, así sin nada más. De pronto, sin saber cómo pero sabiéndolo he descubierto que no necesito nada más.